domingo, 12 de abril de 2009

Ya temo las crudas

O como diría Joaquín Sabina, ya no cierro los bares. Todos adoramos beber, yo creo que es parte importante de nuestras vidas y particularmente siempre me cagaron los abstemios. Sin embargo, como a cualquier relación de tipo sentimental, la del alcohol va cambiando. He aquí las etapas que sesudamente he estudiado, según mi humilde experiencia:
1. La etapa inicial. Es cuando eres muy, muy joven; más que la bebida misma, lo que te embriaga es la euforia de que ya puedes beber y no tienes empacho en demostrarlo, claro la cruda moral y la sensación de que hiciste el rídiculo nadie te la quita. Aquí tu estómago es de hierro, tu paladar sólo conocía el sabor de lo dulce, y puedes beber cualquier cosa, desde ron y coca cola mezclados en enormes tinas (decirle cuba a eso es demasiado halagador) hasta caguamas calientes en la calle.
2. La etapa dorada. Bebes como si tu vida dependiera de ello, como lo más seguro es que seas estudiante, no te pierdes fiesta o salida con los amigos en donde corra con abundancia el alcohol. No sé si sea una cuestión de vigor por la juventud, pero la verdad es que rara vez te sientes realmente borracho, no importa cuánto bebas. En esta etapa, tu paladar empieza a encontrar su camino y ya sabes cuáles son los tragos que más te gustan. En mi caso, eran las cubas: ron, coca cola y siempre, siempre limón (si faltaba este último, todo se jodía para mí, hasta la pachanga misma). Claro, tampoco le haces el feo a marranillas como el Presidente o el Don Pedro; penitencia que el estómago pagaba al día siguiente, pero aún así ¿a qué horas nos vamos?
3. La etapa plateada. Se da en los últimos años de la carrera universitaria. Aquí todavía hay aguante, sin embargo el cuerpo empieza a dejar de responder como uno estaba acostumbrado, puede que la noche de farra bebas grandes cantidades de alcohol y parezcas fresco como lechuga, pero las crudas son cada vez más potentes. Me atrevo a decir que en ocasiones las crudas son excesivamente crueles, ni siquiera acorde con lo que tomó uno. Doce horas seguidas de beber y beber te pueden hacer mucho daño si sólo tienes un plato de Choco Krispis en la panza. Olvídate por supuesto, de mezclar bebidas durante una francachela, no pienses con “empezar” con cerveza y seguir con cubas, o tomar un trago de tequila si empezaste con micheladas, porque el efecto es devastador, como decía un cuate, puedes terminar cambiando de sexo.
4. La era actual. Después de varios años y con el cansancio de las diversas responsabilidades, ya saben, tener trabajo, llevar un hogar, etc., no puedes tomar ni siquiera una cerveza sin empezar a sentirte mareado. Tu cuerpo grita auxilio ante la posibilidad de emborracharte y te lo hace notar haciendo aparecer primero el dolor de cabeza antes que la sensación de ebriedad. La otra única bebida que soporta mi cuerpo, además de la cerveza, es el vino tinto, tomar algo más me provocaría congestión alcóholica además de que se detendrían mis funciones estomacales. El alcohol y yo entramos desde hace unos años a ésta que es la última etapa de la vida con él. Lo acepto con resignación y valentía. Por lo mismo, ya soy reteharto exigente, como dije antes, sólo tomo cerveza o vino tinto, y únicamente al calor del hogar, en compañía de mi mujer, con botanita o musiquita. Si es fuera de casa tiene que ser en algún lugar tranquilo que permita la charla, con jazz si se puede. Atrás quedaron los días de beber como cerdo, en el interior de un auto con miedo a que me cache la policía, o en un antro escandaloso donde tienes que gritar y tu bebida se evapora como el éter. Sí, no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después. ¿Ustedes en qué etapa andan?