Tal vez suene a cliché, pero cuando era niño,
la película Superman (1978) se convirtió en un momento definitorio para mí.
Desde antes de que la película se estrenara en cine, las fotos que circulaban
por ahí me hicieron interesarme en ella y en el personaje. Supongo que por ese
motivo pasaron la serie estelarizada por George Reeves en la tele. Sí, aquella
donde el doblaje tenía acento latinoamericano y “Súperman” lo acentuaban en la
u. Por supuesto, pronto la serie se convirtió en insuficiente para mí y
entonces empecé a pedir a mis papás que me compraran los “cuentos” de Superman
de Editorial Novaro, pero esa es historia para otro post.
En fin, el ver la película sólo comprobó que
tanto el cine como Superman (léase cómics) siempre formarían parte de lo más
profundo de mi ser.
Desde entonces me gustó ver cuánta película
podía, si iba a haber algún estreno, yo trataba de saber lo que más podía de
éste, todo de una manera muy primitiva por supuesto, porque no había realmente
medios especializados y la información que ofrecía la televisión al respecto no llenaba mis expectativas. Claro, ni aún en mis sueños más fumados, imaginé
jamás que me dedicaría a especializarme en cine y cómics, ni siquiera cuando
entré a estudiar la carrera de Periodismo, ni mucho menos que en algún momento
podría vivir de ello.
Durante los estudios de Periodismo, me había
iniciado también como caricaturista, pero mi camino laboral se fue haciendo
cada vez más inestable e insostenible. En el lejano 1998 ya estaba por tirar la
toalla de la caricatura, cuando fui a las oficinas de Cinemanía, que en aquel entonces
estaban en Andrés Bello #47, enfrente del Auditorio Nacional. Me recibió Paco
Cuevas y vio las porquerías que yo llevaba para demostrar que en Cinemanía
podía hacer la caricatura de algún actor o director, y también ilustrar artículos
o una que otra sección; muy al estilo de las ilustraciones de la revista
Entertainment Weekly (según yo, claro). Y para mi sorpresa, mis caricaturas encontraron
su lugarcito en la publicación.