No, no es de esto de lo que pensaba escribir, pero sucede que estas últimas semanas me he estado reencontrando con la parte de mí que ama la música. Como ya se me pasó la edad de ir a cuanto concierto hay (y tomando en cuenta que un boleto te sale en lo mismo que te cobraría el artista por ir a tu casa a cantarte Las mañanitas), actualmente disfruto de sentarme a escuchar distintas canciones.
Es curioso, porque cuando alguien me pregunta qué música me gusta, nunca sé qué contestar. Y es que estoy en búsqueda constante de algo que me guste, y, juro que no es pose, de preferencia algo que no sea del mainstream. Así es desde que era niño, claro que en aquel entonces no lo racionalizaba así, sólo tenía claro que me cagaba Timbiriche y no me explicaba porqué enloquecía a las niñas/adolescentes y, peor aún, a los niños/adolescentes. No sabía que el trabajo de los compositores mediocres consistía en encontrar dos o tres frases combinadas con dos o tres acordes pegajositos.
La búsqueda musical inició en mi infancia con las canciones de los cuentos de Walt Disney, tuve mi etapa oscura de las canciones de El chavo y el Chapulín Colorado, luego pasé por estaciones de radio como La pantera y Radio Éxitos. Después Stereo Amistad y luego tuve una especie de vacío que llené con los scores (aunque en aquel entonces sólo se llamaban soundtracks) de las películas; los cuales me siguen gustando mucho.